Imehs se sentó con calculada lentitud en el trono de granito rojo que presidía la Gran Sala de Audiencias, mientras el resto de los presentes permanecían arrodillados con la vista fija en el suelo.
Un leve golpe de su cetro sobre el brazo del trono indicó a Tulmento que la ceremonia podía comenzar.
El sumo sacerdote, un anciano de 42 años, se incorporó de su postración y, dirigiéndose a los asistentes, anunció con voz grave:
- "Bendito sea el Nombre de Imehs, que abandonó la compañía de Nut en Nun para guiarnos con su infinita sabiduría, encarnando en la estación de Shemu hace 25 años. Gloria a su Nombre, oh, Imehs, por quién todos fuimos creados, tus amantes servidores se postran ante tu presencia, bañados por tu luz".
Imehs permaneció en silencio. Volvió a golpear el trono con su cetro.
Tulmento tocó con su vara al escriba, quien en un instante se puso en pie y procedió a leer el primero de los rollos de papiro que tenía en una mesa cercana:
- "En el Nombre de Nut, Yo, Imehs, Dios entre los hombres, proclamo que en este año se han recogido 2.700.000 heqats de trigo..."
Imehs en realidad no escuchaba. No le interesaba escuchar lo que ya sabía, en realidad tampoco le interesaría aunque no supiera el contenido de la retahila de acontecimientos del año que en este día se cumplía. Eran formalidades propias de mortales y él asistía con desgana a las cuestiones de protocolo y burocracia, pero debía hacerlo, porque era en su Nombre en el que se hablaba.
Recordaba perfectamente su vida anterior en Nun, el Cielo, en compañía de otros Dioses, donde todo era más grato que este calor pegajoso, donde los alimentos eran pura ambrosía, nada comparable a lo que se le ofrecía en este lugar polvoriento, en la tierra.
Arkeshta, su madre, el vientre que lo hizo carne, así se lo recordaba constantemente cuando era niño. Ella había tenido suerte. Su labor aquí había terminado y había vuelto a Nun, el Cielo, con sus Hermanas para volver a disfrutar de los placeres que los mortales ni siquiera pueden llegar a imaginar y que están reservados a los Dioses.
Pero los hombres y mujeres, que ni siquiera tenían permitido mirarle, los animales y las cosas, hasta los granos de arena de los desiertos, todos eran sus creaciones, así lo había sabido siempre.
Su palabra era La Palabra. A un gesto suyo la vida era concedida o arrancada, igual que se toma una flor o se perdona a una hormiga que corretea en zigzag, sin remordimientos, sin culpa, sin pasión. Su voluntad marcaba el devenir de todo lo que fue y era.
Así había sido siempre y en este estado de cosas persistiría el mundo mientras él fuera carne y huesos. Anhelaba el momento de partir para volver Nun y abandonar este lugar perdido. Otro Dios tendría que encarnarse para ocupar su puesto cuando él partiese, a dirigir y determinar el destino de lo vivo y lo inerte.
Cuando contaba la edad de 13 años realizó un inmenso sacrificio humano para atender el requerimiento de Nut, quien se le había aparecido en sueños y le había advertido que la base de su futura tumba debía estar regada con sangre virgen. Nut no le expuso la razón de todo ello, pero tampoco era necesario; era la palabra de de la Madre de los Dioses y eso era más que suficiente.
Así ordenó Imehs que se trajesen a 650 infantes, con una edad no superior a dos años, quienes fueron degollados y enterrados aún con vida en lo que serían los cimientos de su pirámide. No se permitió que nadie derramase una lágrima, pues era la Voluntad de Imehs y, por tanto, motivo de alegría.
Y así se hizo hasta que la tierra que abarcaba el perímetro marcado quedó teñida de rojo oscuro. Nadie osó contradecir sus órdenes, ¿cómo podrían?, ¿quién se enfrentaría al castigo por toda la eternidad contraviniendo los deseos de su Dios?.
"Brrrrrrrt".
Don Guillermo levantó los ojos del libro y, mirando el intercomunicador, pulsó el botón que parpadeaba y dijo:
- "Dime Laura".
- "Don Guillermo, disculpe que le moleste, pero ha llegado el mensajero".
- "Que espere un momento".
Don Guillermo colocó el marcapáginas de plata en la hoja del libro que estaba leyendo sobre el Antiguo Egipto y lo cerró dejándolo a su izquierda.
A su derecha tenía la carpeta preparada. La abrío para comprobar que todo estaba en orden, leyendo para sí:
- "Número de trabajadores afectados por el expediente: 6.500. Importe de la cantidad comprometida por la Entidad para cubrir el abono de los derechos de los trabajadores afectados por el expediente: 2.700.000.000 €...."
Pasó a la última hoja y con calculada lentitud tomó la pluma y estampó su firma sobre la línea de puntos que seguía al concepto "Representante legal de la Empresa" e hizo lo propio con la copia que debía devolerse compulsada.
Puso el capuchón de oro a la pluma y jugueteó con ella entre sus dedos brevemente. La dejó sobre la mesa y cerró la carpeta.
Pulsó el botón del intecomunicador y dijo:
- "Laura, puedes pasar a recoger la documentación".
- "Sí Don Guillermo".
Casí simultáneamente escuchó el tenue golpeteo de los nudillos de Laura en la puerta maciza.
Se recostó en el respaldo de su sillón y dijo con voz firme:
- "Adelante".
La puerta se abrió y apareció Laura con un sobre grande.
- "Disculpe Don Guillermo".
- "Pasa, pasa. Esta es la documentación, que se la entregue al Abogado, que ya está esperando en la Delegación de Trabajo".
Laura recorrió ligera los veinte metros que separaban la puerta de la mesa donde se encontraba Don Guillermo, recogió la carpeta, la introdujo en el sobre que portaba y lo cerró.
- "Desea algo más Don Guillermo".
- "Sí, no me pases más llamadas está mañana".
Laura hizo una ligera inclinación con su cabeza asintiendo.
- "Como usted desee Don Guillermo".
Se giró y salió cerrando la puerta con cuidado para evitar el chasquido de la cerradura.
Don Guillermo sonrió levemente. Volvió a coger el libro, lo abrió, retiró despacio el marcapáginas de plata y continuó leyendo.